ENTRE EL LAUREL Y LA GLORIA
No recuerdo quien dijo, que después de Auschwitz, no se podía escribir poesía. Por suerte, aun pueden los poetas escribir, y recitar sus versos, como un patriota, no patriotero, con dolor y pena, por los héroes caídos, y a veces olvidados. A mi me ocurre que cuando escribo sobre ellos, mi voz, en este caso, mi palabra escrita, es individual, pero poderosa y firme, y me importa un bledo, algo así, como un carajo, las opiniones demagogas, y falaces, de algún que otro estulto. Mis palabras, no son como algunas, que se cuelan por cualquier rendija, asomando con timidez la cabeza, para poder respirar en libertad; ellas ya nacen libres, procaces o tímidas, con o sin vergüenza, desde que se forjan en mis pensamientos. Como saben el virtuosismo de la palabra, hace que los versos de amor, hacia los que dieron sus vidas por la Patria, se complementen recíprocamente, entre el laurel y la gloria; el laurel, la rama del honor, siempre va unido a ese sentimiento sublime, como es el amor; el héroe tiene de por sí, a la gloria ganada, la que ennoblece e ilustra una buena acción; y el sentimiento, es la perfección del poema. Cuando veía a aquél anciano, apoyado en su bastón, con su perenne sonrisa, recorrer las tumbas, en La Purísima, sabía que su semblante significaba mucho, porque siempre, una sonrisa enriquece a quien la recibe, sin empobrecer a quien la ofrece, en este caso, enaltecía al anciano, dibujándose en su cara, y en sus ojos, el resplandor de los poemas que escribía. Apenas duraba varios segundos, pero su recuerdo, jamás se me ha borrado. En los años ochenta, con algo de candidez, tuve el atrevimiento de escribir estos versos de protesta, “protestones”, como un amigo me dijo entonces, que eran: “Españoles que de Melilla habláis/ sin honor y sin razón./ Os suplico que penséis: ¡es España!,/ y como tal, lo hagáis, con el corazón”. ¡Pues eso!.
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