La anciana, con su exquisita bondad de madre sufridora por la muerte de su único hijo, fusilado en la guerra del 36, le hacía ser una viejecita de belleza trágica. Su marido, un aragonés culto y noble de espíritu, era el guardián de sus temerosos silencios en el hogar. Eran unos de tantos profesores depurados que daban clases en sus hogares, y que hablaban inglés, francés y ruso. Muchas tardes, sin haber almorzado, por carecer de dinero para comprar comida, ella rascaba las cuerdas de un viejo violín y él la acompañaba aporreando un piano vertical. Eso sí, esto lo hacían, plácida y sosegadamente, pero con mucha hambre. También pertenecían a un grupo de clac, donde acudían una vez al mes al teatro para ver siempre las reposiciones de zarzuelas. En el mismo rellano de escalera vivía una mujer octogenaria, que decían que en su juventud había sido una hermosa cupletista. A esta señora se le iban yendo poco a poco las palabras, que jamás volvían, llegando al mutismo que le impuso el señor Alzheimer. Al atardecer se le podía ver, como un galgo con sus huesos destartalados por el reúma, del brazo de sus vecinos profesores pasear, con el mordisco del hambre en su estómago, también plácida y sosegadamente, por el Barrio Chino. A ella le fusilaron a su marido por pertenecer a un sindicato, pariéndo un hijo póstumo al acabar la guerra, y que a los pocos meses murió, con mucha hambre; también el angelito, muy tranquilito, se fue al limbo, plácida y sosegadamente. Decía que el vacío que le quedó era su cámara sagrada, ningún hombre clavaría jamás su arpón. En las clases el profesor decía que los niños hospicianos de Teruel tenían una característica, y era que todos iban rapados al cero salvo un mechoncito en la frente. Él era asiduo de tertulias en la trastienda de una librería, donde solo se hablaba de poetas y de poesía, (eso decían). También era visitada por señores muy trajeados que solo buscaban libros “prohibidos”. Un tertuliano con las arrugas de sabiduría bondadosa, solía decir que hay quien tiene la fe en lo más profundo: en el vacío, en la nada, y otros creen en Dios, por si acaso. También comentaba que Franco primero hizo trizas a España, convirtiéndola en su cortijo; más tarde, plácida y sosegadamente, creó los pobres, y la señora Mercedes Sanz de Bobadilla, esposa de Onésimo Redondo, inventó el Auxilio de Invierno, que más tarde sería el famosísimo Auxilio Social. Muy cerca del lugar de sus paseos existía una “clínica” donde inyectaban las famosas “Wasserman”; inyecciones que servían para curar las enfermedades venéreas que los hombres se contagiaban en las casas de citas donde existían “rincones de amor cortés”. Decía entonces que muchas mujeres chillaban mucho porque eran de orgasmo contenido. El jadeo placentero como era un pecado mortal, solo lo hacían las putas. Eran los años en que cuando a alguien se le caía un trozo de pan al suelo, solía darle un beso antes de metérselo en la boca; el aragonés lo hacía cada vez que se le caía un libro, porque para él los libros sí que eran sagrados. Con su gracia andaluza comentaba que en las alocuciones del General Queipo de Llano en Sevilla, durante la guerra, había un anuncio que decía: “Oh, qué lindos colores, Tintes Revi, son los mejores”. Con esa sutileza de estas tierras, decía que era el propio general quien apostillaba su alocución política con ese anuncio. Éste andaluz, profesor depurado, encarcelado y vigilado por rojo, pasaba hambre y enseñaba a engañarla con el estudio y la cultura; haciendo historia, para que hoy en día los historiadores puedan hacer disquisiciones (sic) sobre lo que ocurrió en la grata, sosegada, tranquila y apacible dictadura de Franco, que tanto gustó al señor Oreja. Y a mi que éste señor, con esa barba de abuelito de Heidi, siempre me ha parecido tranquilo, sosegado, grato y apacible. Aunque me haya pasado un pelín con respecto al espacio, no quiero dejar en el tintero que el Yahya ese, por la parte que me toca, sea nombrado: ¡¡ PERSONA NO GRATA !! en nuestra ciudad.
sábado, 14 de noviembre de 2009
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